Este post se me ocurrió ayer, mientras dormía a Gael, en uno de esos momentos mágicos de conexión entre él y yo, que no sabría describir del todo bien.
Mi pollito es un bebé muy tímido, que necesita tiempo y confianza para soltarse. Son de esos bebés que no hacen nada en público, cuando en casa no para un segundo de bailar, cantar, hablar y jugar.
Creo sinceramente que este no es ningún problema, mientras sepamos enseñarle a confiar, a ir haciéndose independiente poco a poco, siempre trabajando desde el apoyo y la comprensión. De hecho, es un bebé totalmente normal divertido y alegre, que solo necesita algún que otro empujón para soltarse. Vamos, algo normal.
Pero siempre me daba cierta “penilla” que mi bebé no fuese extrovertido; ahora él me ha enseñado a valorar hasta un punto insospechado su timidez. ¿Por qué? Su familia (y yo principalmente, claro!) somos:
– Los privilegiados que reciben un gran porcentaje de sus besos, caricias y mimos.
– Somos lo que sabemos todo lo que Gael es capaz de comunicar con palabras, gestos y miradas.
– Su personalidad hace que sea un bebé sensible, bueno y cariñoso, que siempre busca amigos y los valora muchísimo (se acuerda de todos y cada uno de ellos)
– Al sentirse muy apegado a papá y mamá compartimos muchísimos momentos juntos, siendo todos ellos muy intensos.
– Dormirlo es todo un privilegio porque es el momento donde se relaja y me recuerda lo importante que soy para él.
– Gael es tímido, sí, pero a la vez es el bebé más sociable que conozco. Adora hacerse amigos y lo más importante, sabe jugar y compartir.
En definitiva, adoro cada aspecto de la personalidad de mi pollito. Y siendo tan pequeñito me enseña todos los días a amar sin barreras, a entender que somos los más afortunados del mundo por tenerlo en casa.
Es un honor se tu madre. Es un honor que confíes en mí más que nadie en el mundo. Y también es la responsabilidad más grande que nunca tendré.
Espero hacerlo bien (o no tan mal) para que a pesar del paso de los años sigas ofreciéndome el honor de tu confianza.