Hoy me apetece hablar de los primeros días con nuestro bebé.
A ninguna madre se le puede olvidar, no solo porque por fin, después de la larga espera, el pollito ya está en nuestros brazos, sino porque en nosotras se dan tantos y tan profundos cambios que nuestro mundo se pone patas para arriba.
Recuerdo la sensación de abismo y el estrés de esos primeros días, porque quieres hacerlo todo bien pero no tienes ni idea si realmente estás haciendo lo correcto. Además suele haber una “marabunta” de personas rodeando continuamente a la familia sin dejarnos disfrutar ni adaptarnos a la nueva situación.
Creo que es importante hablar del cambio emocional, el bajón de hormonas y la nueva y fuerte sensibilidad de la madre en estos primeros días. ¿Por qué nadie nos advierte de ello? ¿Por qué se ignoran estos sentimientos que además son tan comunes? La mamá no solo a nivel psicológico sino también a nivel físico, vive muchos cambios y está sometida a un gran estrés que hacen que esos primeros días no sean tan cómodos ni idílicos como se vive en las películas.
En mi caso por ejemplo, y para evitar el estrés, prohibí literalmente las visitas al hospital y fui dosificando muchísimas las que venían a casa a conocer a Gael. Lloraba siempre que me apetecía e intentaba tomar las decisiones que yo realmente creía oportunas, valorando mi opinión por encima de la de cualquiera. Esto es MUY importante.
Todo el mundo opinará sobre lo que el bebé o tú necesitas, pero nadie puede entender mejor a un pollito que su madre. Y es más; si haces caso de las opiniones ajenas a veces te invadirá un sentimiento de culpa gigante por creer que no eres capaz de hacerlo sola. Y si encima la decisión no fue acertada… ya ni te cuento.
Por eso pienso que lo mejor para estos días es respetar los tiempos y los sentimientos de la nueva familia, sobre todo de la madre y del bebé. Pero el respeto debe empezar desde nosotras, hacia nuestros propios sentimientos. No debemos sentirnos culpables ni avergonzarnos por necesitar ayuda en ciertas ocasiones.
Ser madre si bien tiene mucho de instinto, también es un constante aprendizaje. Y no, no nacemos sabiendo 🙂