Eso es lo que hago últimamente todas las tardes: huir de la casa.
Gael se está volviendo un terremoto que literalmente arrasa todo lo que ve. Todo lo toca, lo investiga, y en muchas ocasiones, lo rompe.
Tiene una energía que yo no sabía que fuera posible concentrar en un cuerpo tan pequeño, y necesita actividad constantemente.
Desde que es bastante pequeño, no duerme la siesta y no para hasta las 8 de la noche, que es cuando empieza a caer. Por suerte, normalmente 8 y media ya está dormido y nos deja una horita de tranquilidad antes de cenar. Todo tiene su parte positiva.
La cuestión, es que ya no puedo estar en casa. Todas las tardes tengo que buscar un plan que hacer con él: nos vamos al parque, a comprar, a la playa, a pasear… Pero no puede estarse quieto. De hecho, se pone de muy mal humor si intentamos contenerlo, y tenemos que seguirle el ritmo.
Mucha gente me dice “normal, está en la edad en la que no para, eso es así”. Pero para mí es inevitable preguntarme si realmente lo inquieto que es mi pollito es “tan normal”. También parece, que porque esté en esta fase llena de energía, las mamás y los papás no podemos quejarnos, porque es así. Hombre, tampoco me parece justo.
No es fácil convivir con un terremoto, por mucho que lo ame y lo adore, y muchas veces sí que llega a poder con tu paciencia. Y no, esto no significa que no le dedique tiempo, que quiera que esté todo el día quieto o que prefiera que mi bebé sea un “Tamagochi”.
No. Simplemente agota, y nada más. Me gusta que sea inquieto, que sea curioso y adoro el momento en el que se encuentra. Es precioso ver como crece día a día, como aprende. Pero no me gusta sentir que en los momentos en los que nos encontramos muy cansados, no podamos decirlo.
También es cierto que quien reprocha que te quejes es gente que, o bien no tiene niños, o bien tiene tantos años que esta etapa ya no la recuerda.
Estoy convencida que si cuidan a mi pollito una semana, o quizás unas horas, cambiarían de opinión.
¿No crees?